Galeria de charcos, de José Ángel Cilleruelo.

Así, tan escuetamente se nos anuncia esta presentación en Madrid de este libro de José Ángel Cilleruelo. No pensaba yo que podría hacer alguna vez una anotación sobre el mismo, y no porque no lo mereciera -más bien al contrario-, sino porque no lograba encontrar el espacio para anotaroslo.

Porque cierto día de junio me llegó un regalo...

"Una rama devuelta a la playa tras una noche de viento. Fue este invierno. La playa estaba preciosa, parecía un manuscrito en una grafía ininteligible: llena de ramas y troncos esparciosa por su piel tan lisa. Entre la rama y su sombra forman un signo caligráfico, ¿no te parece? Un signo insondable, pero signo al fin y al cabo."

Era un libro -como muchos de los que lanza JAC entre sus amigos (es una suerte saberme entre ellos)-, "para los lectores de El visir de Abisinia: contiene 45 textillos (¿poemas, relatos, quién lo sabe, o mejor, a quién le interesa saberlo?)."

Las palabras preliminares son del poeta Jesús Aguado... "JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO llueve. Con frecuencia. Sin provocar inundaciones. Antes de que se cuartee el suelo de sed."  Y termina... "José Ángel Cilleruelo llueve y para hacerlo no necesita nubes... / ... Lluvia de palabras felices: la poética del cielo que renuncia a serlo por amor a la tierra."

No habría mejor introducción, ni más poética. ni más generosa. Ni más exacta. La colección se presenta con una cuidada edición, minuciosa en el detalle de las diminutas ilustraciones, que denotan el buen gusto.


Caligrafía de la mañana


Sobre la acera leo la caligrafía de la mañana, las sombras de los árboles dejan estrechas franjas para que el cálamo de la luz trace sus efímeras inscripciones. Alguien, que se ha desprendido de un cigarrillo, inserta un humeante diacrítico entre la pureza de las líneas solares. Servilletas y pañuelos de papel arrugados conviven con las hojas de los plátanos, arremolinados por el viento de la víspera; se esparcen sobre los jeroglíficos matinales como signos de un humilde alfabeto que aguarda el final de las civilizaciones aéreas para imponer su pequeñez, su cualidad de hormiga gráfica, tan insignificante como perenne.

Uruk


En la primera tablilla del Poema de Gilgameš, éste, al conocer la existencia de una bestia humana, envía a la prostituta Šamhat para que se desnude en el lugar donde abreva junto a los bovinos. Siete noches yacen juntos. Al cabo de las cuales él quiere regresar a la vida anterior; la mujer le desvela su esencia: «Ahora eres un hombre civilizado, Enkidu… / ¿por qué quieres correr en la estepa con los animales? / Ven, te conduciré a la ciudad de Uruk». Uruk, acaso la primera ciudad civilizada, a la que llegaban los hombres de la estepa, purificados por el sexo.


Palabras para Akira


Se contempla en las aguas de la noche. Les pide que no diluyan el azúcar que cae con la madrugada para aclararlas. Le asustan las esquirlas chispeantes que se adhieren a los dedos oscuros y van manchando con su albura el cielo. Se asoma al pretil de la noche y el miedo es tan intenso que no siente miedo; quizá eso la reconforte antes de que se endulcen la brisa, las ventanas, los zarzales. Sus ojos no han leído la carta de amor que le mandan las nubes, los vencejos, las hortensias; la que le has escrito tú, Akira, comprendiéndola.




 Recibe un gran abrazo, JAC



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