Francisco de Quevedo 2008: Marga Clark

El otoño sabe a hojas, y como tales se van depositando las noticias en nuestro correo, porque andamos algo locos por poder presentar nuestro siguiente ejemplar. Pero cuando el otoño sabe a poesía llegan noticias como la de la concesión del premio Francisco de Quevedo 2008 (Premios Villa de Madrid), por el último trabajo de la poeta Marga Clark. La noticia nos la comunica el amigo y poeta Felipe Sérvulo, desde El Laberinto de Ariadna.



















Os dejamos saborear estos días, con la lectura de un poema incluido en ese poemario tan especial y emocionado para la autora del mismo.























Poemas







A Marga Gil Roësset





I







Con tus dedos polvorientos rozaste lo indecible.







Extrajiste el ingenio de la arcilla,







la pureza del yeso y la caliza.







Esculpiste en la piedra su cisura







para atisbar en su corte los cimientos.







Tallaste el enigma del lento amanecer.







Robaste al sueño su desvelo







para moldear la transparencia.







Arrancaste del mármol su irisada nobleza







y del herrumbroso fósil la raíz.







Hoy tu rictus es polvo del granito.







II







Dime por qué te fuiste una mañana turbia







envuelta en la niebla de tu desaliento.







Por qué lanzaste tu sinrazón





al pozo de la desesperanza.







Cómo recrear tu luz







Cómo soportar tu ausencia.







Te busco en la intemperie de mi sentir desolado







pero sólo oigo el pálpito de la alondra







y el arándano.







III







Sé que deambularás como un río entre dos tiempos.







Que bañarás tu nostalgia en el ardiente crepúsculo.







Y el desamor quedará reflejado







en la memoria de las piedras.







Sé que regresarás en lo más blanco del día,







desnuda y limpiacomo el alba.







IV







Estoy condenada a sumergirme en tu silencio.







Sólo oigo tu colortan pálido.







V







Regresaste de lo profundo







para mecerte en la memoria pálida de la hierba.







Oír el pálpito alocado del viento.







Sentir la ternura de las rocas







el sudor tibio del rocío.







Respiraste hondo,muy hondo







para llevarte contigo







el aliento nacarado del alba.







VI







Te llevaste tu secreto enmascarado hasta







lo celeste más remoto.







Lo enterraste en la memoria de un buitre







volando hacia el olvido.







VII







Todavía amas los versos







que precipitaron tu desconcierto







y aún bebes de la profunda herida







que amamanta tu dolor.







Pero los versos ya no beben







la sangre del rocío.







VIII







Es intenso el color de tu mirada.







Como la luz que irradia en la penumbra







rozando lo intangible del magnolio.







Como la esmeralda olvidada entre la hierba







o el granate ardiente que mana de tu herida.







Como el enigma cristalino que ocultan







el ónix y el topacio.







¡Cuánto más blanca será mi muerte!







(Del libro: El olor de tu nombre. Madrid, Huerga y Fierro, 2007)

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